David Ortiz, conocido mundialmente como «Big Papi», es una de las figuras más emblemáticas del béisbol y un ícono del deporte dominicano. Sin embargo, su nombre evoca emociones encontradas entre los aficionados cubanos debido a un momento específico en el Clásico Mundial de Béisbol de 2006, cuando conectó un cuadrangular inolvidable que prácticamente selló la eliminación de Cuba en ese torneo. Cabe aclarar que el «odio» hacia Ortiz entre los cubanos se manifiesta en un sentido sarcástico, más ligado a la pasión y a la intensidad de aquel encuentro que a un sentimiento real de animadversión hacia el legendario pelotero.
El episodio tuvo lugar en la segunda ronda del Clásico Mundial, en un enfrentamiento entre República Dominicana y Cuba, dos potencias tradicionales del béisbol. Cuba, que había tenido un inicio notable en el torneo, llegaba con grandes expectativas tras vencer a equipos como Venezuela. Por su parte, Dominicana contaba con una alineación plagada de estrellas de las Grandes Ligas, incluyendo a David Ortiz, que estaba en el pico de su carrera.
En aquel juego, con el marcador cerrado y la tensión al máximo, Ortiz tomó turno al bate en un momento crítico. Con su característico poder, conectó un descomunal cuadrangular por el jardín derecho que desató la euforia de los fanáticos dominicanos y silenció a los seguidores cubanos. Ese batazo, más allá de significar una victoria parcial, tuvo un peso simbólico: fue el golpe que hundió las esperanzas de Cuba de avanzar más allá de esa etapa del torneo. Ortiz no solo mostró su calidad como pelotero, sino que dejó claro que el poderío de República Dominicana era imparable en ese momento.
Para los cubanos, acostumbrados a dominar en competiciones internacionales amateur, el Clásico Mundial de Béisbol de 2006 representaba una oportunidad para demostrar su valía frente a los profesionales. La derrota ante Dominicana, marcada por el jonrón de Ortiz, fue un duro golpe a su orgullo deportivo. En medio de la euforia del momento, los aficionados comenzaron a ver a Ortiz como el villano perfecto, aunque siempre con un tono de admiración implícita hacia su talento y su capacidad para brillar en situaciones cruciales.
El “odio” hacia David Ortiz, entonces, es más una expresión de frustración por aquella derrota que un verdadero resentimiento. Los aficionados cubanos, apasionados y conocedores del béisbol, reconocen la grandeza de Ortiz como uno de los mejores bateadores designados en la historia del deporte. Ese jonrón quedó grabado en la memoria colectiva no solo como un revés para Cuba, sino como un recordatorio de la intensidad y el drama que hace del béisbol un deporte único.
Hoy, muchos cubanos miran hacia atrás con nostalgia y respeto hacia aquel Clásico Mundial, reconociendo que, aunque doloroso, fue un momento que enriqueció la rivalidad caribeña y subrayó la calidad del béisbol en la región. David Ortiz sigue siendo un símbolo de ese enfrentamiento épico, admirado incluso por quienes, en tono jocoso, lo culpan de haber «hundido» a Cuba en aquel inolvidable torneo.